Y el pueblo me dijo:
Nazco, crezco y muero lentamente. A algunos les gusto por la tranquilidad, pero me quieren sólo a ratos como a un mal amante.
Surjo por el capricho de algún rey o alguien de realengo. Me traen gente de fuera y arañan mi tierra. Si prospero, crecemos todos y si no, me abandonan. Pero antes de ese abandono, poniendo las esperanzas en la tierra, crean casas humildes, iglesias un poco después y así nazco yo, un pequeño pueblo con ganas de crecer.
Y crezco y crezco lentamente. También crece el espíritu de los que me habitan, se hacen la ilusión de creer que ellos son maravillosos y para eso lo tiene que ser su tierra, su pueblo y su patrón o patrona.
En otras ocasiones son las casualidades de una persona o una familia que, con necesidad más que con ilusiones, se aposentan en mí y empiezan a crecer humildemente, pues no doy para más. Me traen semillas, cultivan plantones y me traen ganado. Pero nazco con condena de muerte o cadena perpetua y sin poder crecer, a pocos kilómetros de mí hay dos pueblos ricos con alcalde, iglesia, cura y lo más importante, mercado.
Un pueblo es como un ser humano, no muere mientras esté en el corazón de los que lo habitaron.
Desde esta ventana sigo viendo el amanecer y el ocaso del sol, veo las estaciones con su verde en la tierra, luego el florecer y finalmente la recogida de los frutos.
Pero ya no veo los juegos de los niños ni sus risas; ya se fueron con sus mayores; ya no vendrán.
Con lejana suerte volverán nuevos colonos que huyen de las grandes ciudades los fines de semana.
Y así hasta que todas mis paredes se vengan abajo y me cubran las zarzas.
Ramón Engelmo
Septiembre 2022