Proyecto: Myanmar: la mirada tras el golpe – José María Arraiza

Hace diez años viajé a un pequeño paraíso que ahora vive una pesadilla. Llegué a la pequeña ciudad de Dawei, en la Región de Tanintharyi, en Myanmar, un tórrido mayo del 2015. Mi misión, como trabajador humanitario para el Consejo de Refugiados Noruego (NRC), era ayudar a las comunidades Karen de la zona a registrarse y recibir su documentación de identidad. Esto les permitiría entre otras cosas votar en las elecciones de noviembre, donde se esperaba el triunfo de la Liga Nacional Democrática (NLD), liderada por la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, hija del fundador del ejército birmano (el Tatmadaw) y héroe nacional General Aung San.

Tanintharyi me cautivó. Tuve una sensación constante de estar en un trozo del paraíso. En Dawei, vivía en la calle Mingalar, al lado de una pequeña pagoda y una casa de oraciones budista desde la que llegaban cánticos cada noche. También había una cafetería donde horneaban “nan”, un colegio, un restaurante de noodles y una tienda de curtir cuero cuyos empleados me despertaban a gritos al amanecer. Cada luna llena era una fiesta en honor a Buda. También había festivales hindúes, musulmanes y de cultura china.

¿Memoria histórica o realidad presente?

Viajé, en 4×4, en barco o a pie por los diferentes pueblos de la región de Tanintharyi, y los estados de Karen, Kayah y Mon. Las fotos de Aung San Suu Kyi, el General Aung San y el escudo rojo de la Liga Nacional Democrática con su pavo real estaban por doquier en las zonas de etnia Bamar. Había un ambiente optimista. Dormí al raso en las aldeas de la frontera con Tailandia.  Allí y en zonas de mayoría Karen y otros grupos étnicos minoritarios había todavía cierto recelo. Decenas de miles de refugiados Karen continuaban viviendo en los campos al otro lado de la frontera en Tailandia. Sin embargo, las historias de guerra parecían algo pasado: memoria histórica. Desgraciadamente, lo peor estaba por llegar.

A menudo me acompañaban oficiales de inmigración que montaban oficinas móviles para emitir documentos de identidad. Implementaban una legislación infame: la Ley de Nacionalidad de 1982, que discrimina a cualquiera con ancestros en la India u otros países vecinos. Los Rohingya son apátridas a resultado de esta ley y el nativismo que la produjo. Lo discutí mucho con ellos en vano. Era como hablar con versiones asiáticas del administrativo Eichmann. Ya antes del golpe Myanmar era implacable con algunas minorías. Para descansar, pasé largas tardes en las playas de Maungmagan, fotografiando a los pescadores y viendo a la comunidad empujando las embarcaciones al agua o de vuelta a la aldea bajo la lluvia monzónica.

Una premonición

En uno de los múltiples viajes que hice, en la zona de Palauk, un antiguo militar, ahora administrador municipal nos invitó a visitar una aldea Karen, donde iba a inaugurar un nuevo “puente de la paz” construido por el ayuntamiento (aún bajo dominio militar). Mientras subíamos en un pequeño barco río arriba, este personaje obeso y con gafas de sol estilo Rambo vociferaba: “¿Democracia? ¡Me río de la democracia!”. Entendí al personaje como una reminiscencia del pasado. Me equivocaba: era premonitorio. Palauk ha sido bombardeada desde el mar repetidamente durante los últimos años.

Mi proyecto, con el Consejo de Refugiados Noruego (NRC) se expandió a otras zonas de Myanmar e incluyó ayuda para el registro y la restitución de las tierras perdidas por acaparamiento de tierras y desplazamiento. Hice decenas de viajes incluyendo pequeños vuelos a diferentes estados de minorías étnicas: Rakhine, Kachin, Shan, Chin. En Maungdaw, Rakhine, me senté con un grupo de Rohingyas que me mostraban enfadados sus antiguos documentos de identidad, reclamando igualdad de derechos. También viajé al remoto estado de Chin, donde fotografié a ancianas de rostro tatuado. Navegué a las islas de Myeik, donde vive la etnia Moken, los “gitanos del mar”.

El golpe

Entonces llegarían varias desgracias: primero, el desplazamiento de los Rohingya en el 2017. Maungdaw fue arrasado, y –si sobreviveron– los Rohingya con los que hablé ahora son refugiados en Bangladesh. Luego vino la crisis del Covid-19. Salí de Myanmar. Como una vuelta de tuerca más, el 1 de febrero de 2021 el general Min Aung Hlaing protagonizó un nuevo golpe de estado militar contra el gobierno democrático electo. Aung San Suu Kyi volvió a la cárcel, miles fueron asesinados, incluyendo líderes de la oposición ahorcados tras farsas judiciales. Los conflictos étnicos latentes escalaron creando una crisis humanitaria con 3.5 millones de desplazados que continúa hoy. Un verdadero infierno para los más vulnerables.

Tras el Covid-19, conseguí trabajar a distancia para una agencia de la ONU en Myanmar. Viví varios años en una situación extraña, en la que pasaba mañanas hablando con mis colegas birmanos y ONGs locales sobre bombardeos, persecución política, conflicto y otras desgracias para luego bajar a la calle y experimentar la quietud del desarrollo, con sus quejas irrisorias. En el 2023 conseguí viajar a Yangon. El resto del territorio estaba cerrado a extranjeros no autorizados. Dawei era ahora una zona de conflicto donde los militares tiraban a matar a cualquiera, niños incluidos, como ocurre en Gaza o Ucrania. Desarrollé curiosidad por Yangon, una zona que antes evitaba frente al precioso Dawei. También viajé a Mae Sot, Tailandia. Me reencontré con excolegas de NRC, ahora (a menudo de nuevo) refugiados. Se escondían de la policía tailandesa, que los extorsiona bajo amenazas de detención y devolución a Myanmar. Visité los orfanatos de la ONG española Colabora Birmania, y comunidades a las que no llega ningún tipo de ayuda. Escribí el libro “Antes de que muriera la democracia” (“Before a democracy died”) junto a Scott Leckie sobre el tema del acaparamiento de tierra.

La mirada tras el golpe

En las nuevas imágenes que capturé en Mae Sot y en las barriadas de Yangon, noté que algo había cambiado desde aquellos meses felices del 2015. ¿Había cambiado la mirada tras el golpe? Lo que había cambiado tras el golpe no era el rostro de la vendedora de té, o el del rickshaw que dormitaba. Era mi propia mirada.

Me he preguntado entonces a quién pertenece una mirada ¿Al que mira, al observado? ¿A ambos? Quizás nace una tercera mirada a través de la fotografía. La mirada del público y su misteriosa conexión. Es vuestra mirada: una mirada tras el golpe.

Para ir a la página del autor sigue este enlace.

Antes del golpe de estado (2015–2021)

Después del golpe de estado (2021–2025)

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